Seguramente todos conocereís el famoso caso del músico Joshua Bell, un famoso violinista que tocó en el metro de Washington. Este músico fue ignorado por la gente que pasaba delante, sin embargo, unos poco días después dió un concierto en un teatro de Boston donde se vendieron entradas por valor superior a 100 euros.
Todo esto te hace reflexionar sobre dos cosas: Primero, que algo sea caro no es siempre sinónimo de calidad y segundo, cuántas cosas nos estaremos perdiendo por no prestar la suficiente antención.
Esta última premisa me recuerda al famoso síndrome de Stendhal. Este síndrome hace que el afectado tenga estrés, angustia, temblor... al ver una gran cantidad de obras de arte en un período corto de tiempo y en un espacio reducido. El síndrome se llama así en honor al novelista francés Marie-Henry Beyle, también conocido como Stendhal, que sufrió estos síntomas en su viaje a Italia.
Después de esta pequeña introducción me gustaría plantear la hipóteis:
¿Valoramos el arte porque previamente nos han indicado que lo valoremos?
Seguramente, si muchos de los viajeros del metro se hubiesen percatado de que el violinista era el famoso Joshua Bell, se hubieran detenido a escucharle ¿Hubiese sufrido Stendhal su síndrome homónimo si hubiese escuchado tocar al músico sin saber quién era? Lo mismo pasa con muchas otras cosas y no sólo me refiero a pinturas callejeras que son hermosas maravillas o quizás cuadros anónimos y poco conocidos, pero igualmente maravillosos. Me refiero también a nuestro día a día, a los atardeceres, al campo un día de primavera... no hace falta viajar o pagar una millonada para disfrutar de la belleza, muchas veces está más cerca de lo que pensamos.
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